En Yecla fue siempre agosto el mes de las
vacaciones. Sé que algunos las tenéis antes o después y otros, lamentablemente,
todo el año. Al finalizar julio proliferan celebraciones que sacuden la rutina
de los meses de trabajo como preludio del descanso del que la mayoría estarán aburridos a las dos semanas. Años atrás eran sonadas las cenas de empresa el
último día de trabajo, “
noche de los cuernos” la llamaban algunos. Nosotros los ciclistas,
a nuestra manera, también festejamos el cambio de ciclo que nos traerá agosto
como más nos gusta: haciendo una larga kilometrada que es la excusa para
recorrer y conocer nuevas rutas y parajes. Y, habiendo quemado en el camino
muchas más calorías de las que seremos capaces de ingerir, darnos un merecido homenaje
gastronómico sin ningún remordimiento.
En 2011 fuimos a Potríes (Gandía) por la
Vía Verde del Chicharra: todo un clásico al alcance de cualquiera que monte en bici con
regularidad.
En 2012 llegamos al
Balneario Hervideros deCofrentes treinta y tres liebres: la mayor concentración lebruna registrada
hasta la fecha sin que mediase un almuerzo “
de gorra”.
Este año 2013 el destino propuesto fue Ayna, la
Suiza Manchega. Un precioso pueblo serrano asomado al rio Mundo y rodeado de
espacios naturales donde disfrutar de la bicicleta de montaña. La idea
surge a partir de un plan que Pepe del Ramo me dejó caer un día: “tenemos que
ir de Yecla a Riópar en bici de montaña siguiendo el cauce del río Mundo”. Me
pareció una buena idea y empecé a buscar tracks, repasar mapas y recorrer
curvas de nivel en la pantalla de mi ordenador. Me sorprendió ver que Yecla y
Ayna están a 83 kilómetros en línea recta, con lo que era un posible destino
para una ruta de verano del Club. Se propuso a la asamblea y le pareció bien.
Con gente como vosotros, que no le pone pegas a nada, da gusto. Y nos pusimos
manos a la obra.
Preparar la ruta de este año ha encontrado más
dificultades de las esperadas. En este negocio de pedales y ruedas gordas, belleza
y dificultad de las rutas suelen ir de la mano. En este caso reuní media docena
de variantes para el trayecto. Unas más largas, otras más cortas. Unas más atractiva,
otras más monótonas. Un par de salidas desde Yecla nos aclararon que la mejor
ruta hasta Torre Uchea va por el Camino del Gamellón. Una posterior exploración
desde Nava de Campana por la ruta de los ciezanos del Zig-Zag, un PR que
discurre al sur del Talave y antiguas sendas paralelas al río nos hizo entender
que lo que pretendía era un
tremendo disparate para un día de más de cien
kilómetros. Y casi por eliminación, se definió la ruta del pasado domingo, que
mantuvo la dureza justa dentro de un entorno ameno y atractivo.
Tras dos bajas de última hora, a las 6:12
veintidós liebres empezamos a pedalear entre aplausos y vítores que
afectuosamente nos ofrecían los grupos de jóvenes a los que en ese momento
estaban echando a la calle a escobazos desde los bares moda de la Calle San Luis.
La salida por la carretera de Jumilla fue breve y rápida y antes de las 6:30
tomábamos el Camino de Los Picarios: la primera subida del día.
Cruzamos la traviesa. Dos sierras, La Cingla y Los
Gavilanes cierran los lados de un escenario en cuyo fondo aparecen la Sierra de
La Pedrera y del Escabezado, que nos siguen escoltando hasta el paraje de La
Piedad. Junto a unas modernas plantaciones de frutales llegamos a un escondido
collado donde pronto reaparece el camino que, cruzando la carretera de
Albatana, pasa por la Casa del Barón del Solar De Espinosa, primera que nos
encontramos en tierras ya de La Mancha.
La ruta discurre bordeando lomas de pinar y
rastrojos recién segados en un paisaje rural pintoresco que se termina fundiendo
con la llanura manchega.
A las 8:39 cruzamos bajo el ferrocarril y llegamos
a Torre Uchea. Tras tres kilómetros de asfalto llegamos a Nava de Campana. Nos
repartimos entre unos bancos a la sombra y la terraza del bar K la Mari para
comernos el bocadillo del almuerzo; que siempre pasa mejor con un trago de
cerveza. 54 km en 2:35. No llevamos mala media, pero que nadie se engañe. Hemos
hecho lo más fácil que es bajar hasta Hellín. Después empezaremos a remontar
subida tras subida hasta completar los 1500 m de ascensión que nos esperaban.
Seguimos la carretera de Isso otros 4 km y tocamos
de nuevo caminos de tierra que nos llevan a la Rambla del Pepino, una
entretenida senda habitual en las carreras de Hellín en la que los más
inquietos pudieron divertirse un poco. Hasta que Miguel nos dio el único susto
del día al caerse de la bici sin pedirnos permiso y hacerse un pequeño corte
que pronto dejó de sangrar y que del que en un par de semanas no mostrará ni
rastro su barbilla.
Salimos de la senda y nos reagrupamos a la sombra
de unos melocotoneros. Hicimos la buena obra del día aliviando sus ramas
dobladas del tremendo peso de los frutos maduros. Pero solo cogimos los que
estaban apedreados para no perjudicar al dueño.
Cruzamos la carretera de Elche de la Sierra por
las últimas casas de Isso y una sucesión de caminos son lleva hasta la
carretera del Pantano del Talave, que resulta una subida llevadera entre pinos
y chopos siguiendo el atractivo curso del río Mundo, más espectacular según nos
acercamos al impresionante estruendo del agua que expulsa el aliviadero de la
presa.
Parada imprescindible para contemplar la presa, el
pantano y sus alrededores y echar algo al estómago, que son las 10:30 y ya
llevamos setenta y ocho kilómetros.
Continuamos por la orilla norte del pantano y
salimos por la carretera que pronto cambiamos por una pista de tierra. En poco
más de un kilómetro nos conecta con la infraestructura del Canal de Trasvase
Tajo-Segura, cuya corriente remontaremos hasta tomar un camino que tras voltear
el Collado de la Muela conecta con la carretera de Liétor que dejamos tras 700
metros recorridos.
A la sombra de unos olivos nos refugiamos del implacable sol
que nos cae a plomo cuando falta un cuarto de hora para las doce. Esperamos la
llegada de todos los compañeros y aprovechando que ahora sí hay cobertura,
contactamos con el coche de apoyo y les comunicamos que vamos por delante del
horario previsto y tienen que dirigirse de inmediato al punto de
avituallamiento.
Tras reiniciar la marcha cruzamos la carretera de
Bogarra y un par de cadenas. Unos metros de asfalto y un fuerte repecho de
piedra suelta nos llevan a la casita donde veranea el Tío del Mazo, que nos
venía persiguiendo ya varios kilómetros sin alcanzarnos por suerte. Muy pronto
nos refugiamos bajo el único pinar frondoso que había en la ruta a esperar la
llegada del coche escoba. A los pocos minutos llegaron Mónica y Emi con las
neveras llenas de bebidas frescas y hielo. Parece que el agua de mayo es muy beneficiosa. Pues os aseguro que el hielo en julio lo es mucho más.
Tras
refrescarnos y reponer bidones y mochilas nos dirigimos a completar los últimos
18 kilómetros del día subiendo por unos caminos pedregosos en los que quedaban
las marcas de la carrera de Liétor. Un último descenso por un camino y senda de
guijarros puso a prueba nuestro equilibrio por penúltima vez y así llegamos al
camino asfaltado que une la aldea de Híjar con la carretera CM 3213.
Hacemos el último kilómetro de asfalto y tomamos
la pista que, por fin, terminará el nuestro destino. Unos metros de ascensión,
la penúltima, dan paso a una rápida bajada por una pista ente montañas que se
abre paso hacia el valle del Mundo. Se hace duro que a la altura del km 105
vuelvan los últimos repechos, uno de ellos especialmente intenso aunque corto. Después
ya todo es bajar, curva tras curva, hasta que tras las peñas aparece la imagen
espectacular de un pueblo colgado en la ladera asomándose a un río: Ayna. No
podemos más que parar a contemplar unas vistas espectaculares y hacer fotos.
Entramos al pueblo y sufrimos las últimas cuestas
en nuestras piernas. Vitoreados ahora por paisanos y visitantes que disfrutaban
de su día de la tapa en las terrazas, lo cruzamos de punta a punta y llegamos
al final de ruta: la piscina municipal. Ésta merece mención aparte. El agua
helada y natural nos recuperó del calor y el cansancio. Pocos baños recuerdo como
el de este día. Las aguas naturales que se renueva continuamente bajo los
cortados rocosos lo convierten en una experiencia especial que merecerá la pena
repetir.
La comida corrió a cargo del Restaurante La Toba,
junto a la piscina. Un menú típico serrano, a base de huevos con patatas y
chuletas de cordero, satisfizo a los hambrientos ciclistas que con más hambre
que Carpanta tras casi ocho horas sobre la bicicleta, y ciento once kilómetros en
los que tuvimos que ascender 1500 metros, dejamos los platos más limpios que cuando
los estrenaron.
La jornada resultó bien. En todo momento reinó un
buen ambiente. En ritmo vivo de las primeras horas de la mañana permitió hacer
la segunda mitad de la etapa sin prisas ni agobios, afrontando las dificultades
con tranquilidad y parando a contemplar el paisaje cuando apetecía. Sabemos que
el agua da mucho juego, y los tramos junto al río, el pantano y el canal fueron
los más atractivos. Un par de sendas rompieron la monotonía de las pistas y
cuando nos cogió el calor de verdad, el comando de apoyo formado por las “
Chirlaques-consortes”
apareció con las neveras en el sitio previsto.
Pero si la ruta, el entorno y los avituallamientos
estuvieron bien, lo mejor de todo, sin lugar a dudas, fueron los participantes
y acompañantes. Con gente así se puede ir al fin del mundo. Gracias a todos.
Y quienes por un motivo u otro no participasteis
en la ruta, sabed que os echamos en falta y os esperamos para la próxima.
Gracias a Toni, Juan, Andrés, Emi, Javi y a todos quienes han aportado las fotos.