martes, 11 de marzo de 2014

INMORTALES HASTA LA MUERTE.

Otro año más, la historia se repitió en la marcha de Caudete. Casi 700 ciclistas participantes son una generosa cifra. Ya no son aquellas carreras multitudinarias de hace años. La abundancia de marchas en bici de montaña que hay ahora es una dura competencia. La gente se ha hecho muy selectiva y no todo el mundo aprecia el incomparable disfrute de llegar un poco más allá cuando se han agotado las fuerzas. Chorradas… si estuviésemos comentando la etapa recién terminada con unas cañas en la mano, estaría diciendo exactamente eso que estáis pensando, pero aquí, no debo.
A primera hora, los coches van llegando a las inmediaciones de la zona de salida. Yendo y viniendo al “Espacio Municipal La Sala” se cruzan los saludos, se regala buena suerte y esos a los que no volverás a ver en toda la mañana repiten las mentiras de siempre… estoy muy mal… hace un mes que no entreno… no sé si podré acabarla…

Una breve cola y recojo dorsal y regalos. Estos Castellano-Manchegos tienen cosas que no hay quien se las quite, pero igual de cuidadosos que son para algunas lo son de desastres para otras. Este año en la bolsa-regalo no había calcetines, llaveros ni camisetas de esas que no sirven ni para limpiar los cristales. Había una botella de aceite, otra de vino y tres “barritas energéticas” que resultaron ser embutidos de marrano muerto. ¡Pero se olvidaron de echarnos pan! ¿Dónde se ha visto a un español comer sin pan? Como tampoco llevaba mechero para encender lumbre en un ribazo, dejé las viandas en el coche y me limité a echar al maillot el pienso de ciclistas que le compré a la hermana de Gabi con la esperanza de que me causasen el mismo efecto que a él: barritas y geles, confiando en llegar a tiempo de pillar algún trozo de fruta en los avituallamientos.

 Finalizando el invierno, en marzo el tiempo es como una ruleta y, por fortuna, salieron nuestros números. El frío intenso de la mañana tardó en romperse pero lo hizo a tiempo de tomar la salida sin más ropa que la necesaria para el resto de la carrera. La espera fue más o menos como siempre, pero con menos nervios y empujones de los habituales por coger sitio. Total, con 14 kilómetros de subida para empezar, sobra espacio para pelear por un puesto mejor. Era lo único que tendríamos que hacer en toda la mañana.

  Suena el pistoletazo a la 9 en punto y la alfombra de salida tarda 49 segundos en pitarme, el mismo tiempo que pude mantener el pulso por debajo de 120 en toda la mañana. La salida se tomó este año por una calle distinta a la del anterior. Debe ser que los vecinos compiten  por llevar la procesión ciclista a la puerta de su casa. Pero recorrer el paseo peatonal que lleva a la ermita de Nuestra Señora de Gracia fue una desgraciada decisión de los organizadores. La calzada franqueada por sendos cauces de un par de palmos de profundidad no es lo más indicado para que 700 desansiados salgan a todo trapo buscando las posiciones de cabeza. Antes de recorrer 500 metros, alguien se desvió por la izquierda y cayó a un cauce, sufriendo una aparatosa caída que nos dejó mal sabor de boca para el resto del día. Espero que el percance no haya sido tan grave como aparentaba y que algo así no vuelva a repetirse jamás.

Pasado el susto del accidente, cruzamos Caudete y su circunvalación para empezar la subida a los molinos de Santa Bárbara. Ése es con seguridad el tramo más característico e invariante de la Inmortal.  Desde la altura de 530 metros en la salida hasta los 1140 metros de La Oliva,  610 metros de ascensión durante 10,4 kilómetros,  con apenas uno de descanso al pasar las Casas del Collado y durísimas rampas que llegan al 20%. Al cruzar la carretera cambio al plato mediano y busco un ritmo de pulsaciones adecuado.  Se acaba el asfalto y progreso con facilidad sin fijarme demasiado en la compañía. Saludo algún conocido y conocida y llego a la altura de Jose, mi compañero de equipo, llegando la primera tanda de rampas duras. Veo aparecer el número del pulso fatídico: 180. Me tengo que calmar si quiero tener garantías de acabar  y meto plato pequeño, que para estas ocasiones lo inventaron. Disfruto un rato viendo a alguno retorcerse sobre bicis de muchos euros con un solo plato, y al tran tran voy subiendo con facilidad. 
 
 La subida es un espectáculo en todos los sentidos. La pista que recorre la cuerda de la sierra ofrece magníficas vistas, y mejor mirar hacia los lados para no ver lo que nos queda por delante,  que conozco y recuerdo aunque esté oculto bajo la niebla. Las rampas intimidan pero la gente anima y empuja sin llegar a tocarnos con gritos de ánimo y comentarios compasivos. Nuestras caras desencajadas no aparentan la satisfacción de vencer la montaña y  nuestros propios temores, y esto es algo que no se entiende hasta que no se siente y que no se logra si no se intenta.

Llegamos a la cruz de La Oliva . Por suerte, para compensar el sufrimiento de la subida se inventaron las sendas. Y, tras hacer cola para entrar, por la de El Granillo llegamos al Barranco del Paraíso para hacer un tramo de enlace propicio para comer  y beber, que es lo que tocaba.

Entramos en la senda de subida a la Casa Cirote con un tráfico ya más fluido. Una subida entretenida con un par de escalones más técnicos que conozco de memoria y paso sin dificultad. La bajada, también por senda, la hago a rueda, pero sin apretar. Tampoco hay prisa. Pero en un descuido y por poca visibilidad,  noto un impacto fuerte en la rueda de atrás. Más adelante se confirmarían mis sospechas.
Acaba la senda y cruzamos las Hoyas de Catín.  En el kilómetro 25 hay un avituallamiento lleno de gente. Llevo agua, comida y no paro. Bajando a toda prisa hacía Olula noto un par de extraños. Paro porque he pinchado.  Mientras meto aire no deja de pasar gente. José Pascual y Dolo me ofrecen ayuda, pero llevo lo necesario.   No hago ni 800 metros y tengo que volver a parar para meter una cámara. Por suerte conté con la colaboración de un espectador que llevaba hasta una bomba de pie en la furgoneta. Muchas gracias por tu ayuda y ojala que cunda tu ejemplo y no me descalifiquen por esto.


He perdido mucho tiempo y ahora voy un poco acelerado.  Empiezo la subida al Cerro de Los Cotos encendido; recuperando posiciones en un camino de esos muy malos que tanto me gustan. Al llegar a la subestación aprovecho para comer y beber antes de coger velocidad en la bajada, la más rápida y peligrosa de toda la ruta.
Acaba el descenso y rodeamos  Caudete por las afueras en busca del camino de Las Lomas hacia la Peña Horadada. Sigo recuperando posiciones a un ritmo aceptable. Conservo las fuerzas mejor que el año pasado. Nos desviamos a la izquierda justo delante de la terrorífica cuesta de la KomoKabras, que os espera a casi todos para el domingo próximo y tras los repechos finales, se agradece la bajada hasta la Rambla Honda, que tanto camino y tanto sube y baja se están haciendo ya pesados.

A la entrada de la Rambla me espera mi Club de Fans con Marina que no paraba de llamarme a gritos porque se quería ir ya.  Cruzando bajo el tubo-puente vuelve la diversión de las sendas, la grava y hasta algún que otro charco que cruzar. Pero cuando mejor lo estaba pasando me gritan por detrás. Me aparto  y me pasa uno con el maillot rojo de Lider de la General y otros cuatro o cinco que lo persiguen. ¿Me están doblando? ¿Mira que si cuando pase por meta no me dejan terminar? Me aparto para dejar pasar y llego a perder la rodada buena en un par de ocasiones.  Los tramos de grava están muy muy sueltos y cruzarlos es un desgaste adicional que el índice IBP no puede apreciar. Así que la cuesta que nos saca de la rambla nos coge fatigados y pica en las piernas de verdad.
En el tramo de toboganes que llega después hago las subidas sin demasiada fe. Aun así las pulsaciones se disparan. Me dejo caer en las bajadas y doy gracias por haber pasado el tramo sin destalonar una rueda ni romper la cadena, algo habitual  en esos repechones tan bruscos.
Llego al paso intermedio por meta un poco aturdido y sin saber hacia dónde echar.  Dudo y la gente me indica la izquierda. Veo la meta pero freno y me meto a tiempo por el de burladero que han montado: otro gran despropósito  de la organización. Llegando ya en estado Zombi, mezclados los de cabeza con los doblados,  más de uno se cruzó la meta 20 kilómetros antes del final, resultando un desbarajuste total en la clasificación general. En mi categoría aparece primero, y quinto de la general, el que el año pasado entró un par de puestos delante de mí. No sé si felicitarlo o preguntarle dónde compra él las barritas y los geles. Y así muchos más.

Saliendo de nuevo de Caudete solo restan 20 kilómetros. Tras un par de rodeos y tramos de sendas se vuelve a la Rambla Honda unos metros antes de salir hacia la Toconera. Se llega por la senda de siempre que acaba en un portillo rocoso. Consigo mantenerme sobre la bici casi hasta el final, pero llevo ya muchos kilómetros de castigo y no puedo superar la última rampa y me quedo con las ganas de repetir mi minuto de gloria de hace dos años. Aunque esta vez había nadie a quien adelantar.
En esta edición La Toconera se hace de pasada, limitándose el recorrido a cruzarla sin más. Y digo yo que con todas las sendas y alternativas que hay en ese bonito paraje, que es una especie de Bike-Park al que no cobran (de momento) por entrar, no sé por qué la organización optó por el trazado más duro: esa cuesta de hormigón que acaba en una caseta verde. Un castigo que, a esas alturas, poco aporta ya a la prueba y que además está alejado además de las zonas más accesibles para el público. De hecho este año no había nadie en la Toconera que no fuese de la organización.

La salida en dirección a Yecla y la vuelta hacia la Dividilla se ha convertido a estas horas en un desfile de muertos vivientes. Las fuerzas se acaban y engullo la comida que me queda. Saludo a al amigo Alfonso y continúo con fuerza y moral aceptables. Sigo dejando gente atrás y me animo a mí mismo a falta de espectadores.  Pasada la Dividilla veo a lo lejos un grupo de maillots de un color rosa cegador. Me parece que son las Monster Bike Girls, que iban a hacer la prueba corta. Y yo con estos pelos y esta cara de lástima. Pero pasa el tiempo, las pierdo de vista  y no las alcanzo. Me mosqueo. Miro a derecha e izquierda buscando al del Mazo escondido en las atochas pero no lo veo. En la última subida (por fin, qué alegría) vuelvo a ver al grupo de rosa. No puede ser. Sigo adelantando gente pero no alcanzo a las chicas.  O estoy muerto y no me entero como Bruce Willis o Emi y sus amigas van de paseo en bicicleta con ET.

Llega ahora la última senda del día, toda en bajada salvo escasos metros en los que me encuentro con el grupo de las mallas rosas. Y no eran las chicas, no. Era una peña de Bonete que hacía la ruta en procesión y habían parado a atender algunas piernas acalambradas. Yo, por si acaso, seguí mi marcha sin preguntar, que en pleno campo y con la primavera en ciernes nunca se sabe lo que puede pasar.
Acabado el zigzagueo de la última senda, se vuelve a entrar en la Rambla Honda repitiéndose la ruta otra vez hasta el final. Sorprendentemente paso la grava suelta mejor que la vez anterior y dejo atrás a varios compañeros más. Cuando llega el repecho de salida de la rambla, echo mano a la horquilla para bloquearla pero ya lo estaba. Igual es esa la técnica para sortear las arenas sueltas. Habrá que volverla a probar. En la Komo-Kabras hay un par de tramos buenos para practicar.

Llego a meta con prisas, esprintándole a mi sombra. A las dos de la tarde, con un tiempo de 5:00:31. Un poco harto de bici, la verdad, pero contento. He mejorado el tiempo del año pasado, y si no hubiese pinchado, lo habría hecho en mucho más. Pero gracias a ese contratiempo me he dado un baño de autoestima difícil de olvidar. La cosa cambia mucho cuando normalmente todos te adelantan y por una vez sucede lo contrario. Igual en la próxima carrera me quedo para salir con los de detrás. Al fin y al cabo, el único objetivo es disfrutar.

Por compromisos familiares, nada más salir de la ducha, este año sí: caliente,  me tuve que marchar. Me esperaba la familia para comer unos gazpachos. No pude degustar el catering, así que no puedo opinar, pero por lo que vi que la gente sacaba y las caras que ponía, lo que yo comí y bebí seguro que no tuvo nada que envidiar.

La marcha de Caudete tiene algo especial. La mayoría la tomamos como un reto personal y su buen ambiente supera el cansancio, la escasez, los contratiempos y los errores de la organización. Poco importa el puesto final.  Aun así el desastre del cronometraje es una desconsideración hacia los participantes, que son a quien mejor se debería de cuidar. Importa terminar y que todo el mundo sepa que has vencido a la ruta. Y alcanzando la meta comprobar que siempre se puede llegar un poco más allá y que basta una bici para ser feliz.Con la certeza además de que cuando cruces la meta y hasta tu último día, seguirás siendo INMORTAL.

3 comentarios :

Anónimo dijo...

Que grande eres Juan Ramón!!!

Chinchilla

Juanmi dijo...

Juanra, estoy deseando que corras más carreras solo por el placer de poder leer después las crónicas. Con el título ya te habías ganao el cielo.

ANDY dijo...

Con solo leer la crónica me han entrado ganas de volver a hacer la inmortal y es que, hay que ver con que poco nos conformamos, cinco horas de nada de esfuerzo y sufrimiento.

¡Enhorabuena a todas las liebres participantes! y espero, que para algunos, vuestro esfuerzo sea recompensado en la próxima "pedales de Alcaraz"