domingo, 1 de febrero de 2015

Gran cena y mejor espectáculo.

Es evidente que Las Liebres no están hechas para el baile. Tampoco, verdad sea dicha, lo están para el cante. Sin embargo, anoche pudimos comprobar, en el guateque organizado tras la Gran Cena del Club, que la vergüenza era verde, y se la comió un burro. Porque de otro modo se explica que lo que más se echase anoche en falta fuesen micrófonos, más micrófonos. Uno para cada uno de los treinta y un asistentes que nos disputábamos con furia, aunque sin llegar a las manos, los dos existentes.

Pocos minutos pasaban de las nueve y media y la mayoría ya habíamos llegado a la cita despeinados por el otro protagonista del día: el viento. La mesa perfectamente ordenada y todos sentados, con una sola ausencia entre los anunciados por cosas de la edad, de esa edad de criar a los hijos que nos deshacen a veces los planes sin ellos saberlo ni quererlo.
Hubo otras ausencias notables por obligaciones, compromisos y otras cuestiones pasajeras. Sabed que se os echó en falta. Otra vez será.

El menú, del agrado general, se fue desgranando plato a plato a lo largo de la noche. En esta ocasión nadie se quedó con hambre. Ese día la lluvia y el viento obligaron a suspender la salida en bici. Las Liebres, ociosas y aburridas, todo el día pendientes del WhatsApp,  estuvieron desganadas, dejándose algún plato por terminar.
Terminados los cafés se pasó el cepillo y se hizo caja para liquidar la cuenta. Esta vez ni faltó ni sobró. Y mientras servían los chupitos, el disc jokey empezó a actuar.

Nada más empezar la música, el público no se hizo de rogar y la representación de la sección femenina del Club, Liebres-Monster Bike, se arrancó con la chica yeyé a modo de obertura. Pronto otros fuimos tomando del relevo, solistas y a dúo. Por parejas y a coro. Y según avanzaba la noche, más y más liebres se disputaban el micro No faltaron aficionados y accionadas al cante que con peor o nula fortuna fuimos destrozando el interminable repertorio en el que no faltó el pop, el heavy ni la canción melódica. Y por supuesto se entonó de nuevo, y en el momento álgido de emoción, el himno, nuestro himno, robado a Nino Bravo, y que en nuestras gargantas, hoy afónicas, adquirió una nueva dimensión. Pero lo que más abundó fue, sin lugar a dudas, el buen ambiente y la diversión: entonar no entonamos, pero hay que ver cuanto nos reímos.
Hasta que llegó la hora fatídica, nos encendieron las luces y nos quitaron los micros. Y dimos por finalizada una velada que tardaremos en olvidar.
Muchas gracias a todos los asistentes, y a los que os quedasteis con las ganas de venir deciros que os esperamos en la próxima. Y a las que no vinisteis porque vuestros hombres no os avisaron a tiempo, mamdadnos vuestra dirección de correo que ya nos encargaremos nosotros de que eso no vuelva a pasar.

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