domingo, 12 de abril de 2015

El Cid y su Silla. ¿Pies, para qué os quiero?

Otro nombre que añadir a la, ya larga, lista de cumbres alcanzadas por Las Liebres: la Silla del Cid, en Petrel.
Otro sábado más, con un tiempo incierto, nos desplazamos fuera de Yecla en busca de nuevos territorios por conquistar.
Al final fuimos ocho los que empezamos el acercamiento a la Sierra del Cid a través de un monótono laberinto asfaltado entre chalets que se extienden hasta donde el terreno de empina de verdad y ya no nos dará tregua en bastantes kilómetros.
La subida arranca por una pista que hace años estuvo asfaltada. En algunos tramos hormigonados se acentúa el duro castigo para las piernas que supone alcanzar la cuerda de la Sierra, donde ya se disfrutan unas magníficas vistas, hoy difuminadas, entre el mar y las sierras alicantinas.

Acabado el asfalto, posiblemente de tiempos de Adriano, como el de la carretera de Fuente Álamo, un destrozado camino, en el que cualquier descuido te puede llevar a al suelo, recorre el borde del cantil hasta la cumbre del Cid, cuya subida se pone imposible en un trecho que todos tenemos que hacer andando.
El trayecto de bajada está peor que el de subida, o así lo parece. Tras varios sustos en la piedra suelta, algunos haremos gran parte de la bajada a pie.
Sigue la cosa con menos pendiente y disfrutando por caminos cojonudamente malos hasta llegar a la encrucijada donde hay que tomar una decisión: ¿subir o no subir?, a la Silla del Cid. Y, a sabiendas de que hay que empujar, la decisión es unánime. En este tramo, el camino es cojonudamente peor. Y la senda que le sigue, cuando se deja hacer, va bien. Ahora, cuando no se deja y puedes desviar la vista de la trayectoria correcta, resulta inquietante ver el balcón que se presenta por la izquierda.
A al final llegamos arriba y compartimos el espacio del almuerzo con senderistas y escaladores que a la vez que nos miran se preguntan que se nos habrá perdido allí arriba a nosotros. Yo, a ratos, también me lo preguntaba.
Ya habíamos subido, almorzado y el instante se había inmortalizado. Y se nos presenta otro dilema ¿bajar por donde habíamos subido o por esa otra alternativa, más corta pero un poco más técnica, que conoce Andrés? Ni que decir tiene cual fue el resultado de la votación. Y aquí me veo otra vez bajando con la bici del ramal, echando en falta la cuerda fija y maldiciendo al que inventó las zapatillas con calas. Otra vez que venga, me echo las chirucas a la mochila y me cambio de calzado para hacer este tramo.
Tras terminar de desandar el camino hasta la encrucijada, nos asomamos de nuevo al balcón, ahora por la derecha y con vistas a levante, que acompaña la senda que definitivamente baja de la Sierra para volver a los caminos que la rodean. La senda hay que bajarla con mucho tiento, y, mientras no se suaviza la pendiente, andando. Acabando la última de las incontables curvas imposibles, se puede volver a disfrutar del descenso. Pero sin entusiasmarse demasiado, que la salida a la pista es traicionera de verdad.
Visto que en el Cid he gastado más suelas que ruedas, necesitaré volver a leer el capítulo dedicado al descenso del libro de "Técnicas de BTT" porque, evidentemente, no me ha quedado del todo claro.

Hasta aquí la primera parte de la ruta: la Sierra del Cid. La fiesta continúa ahora por el Rincón Bello, el paraje de la Rabosa y su área de recreo, donde es mejor no llegar con mucho apetito para evitar el riesgo de morir ahogado en los propios jugos gástricos.
Una tras otra se recorren sendas que descienden por las faldas del Maigmó, que a mi me parecían todas cuesta arriba sin serlo. El terreno, muy propicio para las de 29 y más todavía para las de 26, se nos atragantó bastante a los de 52. Menos mal que todo suplicio tiene un final y el nuestro llegó alcanzando la pista que lleva al Collado de Amorós y Alto del Ponce, con durísimos porcentajes en hormigón de esos que hacen las delicias del buen aficionado. Nada como unas buenas cuestas por pistas hormigonadas para ir relajado.
Pero todo no podía ser sacrificio y había llegado el momento de disfrutar. Ahora sí, la parte final era todo bajar y bajar. Primero por senderos muy rotos hacia la Ermita de la Purísima. Después, con buen piso, más sendas por el barranco de Badallet, que termina por convertirse en una gravera complicada por la que evoluciono a trompicones. También tengo que repasar el capítulo del libro que hablaba de "dejar fluir el sendero", a ver si termino de entenderlo.
Un corto enlace asfaltado y nos metemos en la Rambla de Pusa. Aquí llama la atención el lecho rocoso, que se asemeja al firme de una calzada romana, y la variedad de sorprendentes rincones que encontramos a nuestro paso. Y sobre todo, la corriente de agua que nos acompaña durante los últimos kilómetros, en la que nos mojamos y disfrutamos como enanos hasta volver a entrar en Petrel, donde nuestra ruta se acaba.

Como el lector ha podido intuir, no es esta una ruta para quienes hace poco que compraron su primera bici de montaña. Superada la dureza de la ascensión inicial, el terreno en toda la Sierra de Cid es extremadamente duro y abrupto. No obstante, llegar a lo más alto, subido o al lado de nuestra bici, es siempre muy gratificante.

La zona de La Rabosa, en el sentido que se hace, se vuelve técnica y exigente. Sobre todo porque las piernas recuerdan el castigo del la primera parte parte de la ruta y se hace difícil encontrar ningún ritmo llevadero por los contínuos repechos y escalones de las sendas y la fuerte pendiente de las pistas.

La parte final, siendo la más divertida, tampoco te deja mucho margen para descansar y requiere continua atención a las dificultades del sendero, con puntos difíciles de superar.
Pero, por muy bien que te lo quieran contar, no sabrás si la ruta merece o no la pena hasta que no te decidas a recorrerla tu mismo. Para eso, aquí te dejo el track.
Más información de la ruta en este otro enlace.

Va por ti, José Antonio. Mucha suerte, mucho ánimo y mucha fuerza, Diablo.


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